María se preguntaba de cuantas maneras se podía mirar el mar. Lo había visto con miedo desde sus ojos de niña, con euforia y confusión, con ternura, nostalgia o amargura, y no recordaba ni un solo día en el que lo hubiera mirado con indiferencia. Deberíamos ser como el mar- pensaba entonces. Quizás así, nunca nadie nos miraría con indiferencia.
Eran las diez de la mañana, hora en que Diana entraba al cole. Mira el reloj, suspira, y sigue mirando al horizonte... Algún día serán las diez de la mañana y Diana estará aquí conmigo, pensaba Penélope. Hace dos años que no la veo, y siento a través del mar que la brisa me trae su esencia y su recuerdo. Un día más la llevo conmigo. Hasta mañana hijita.
Mira y observa un alma que no puede ver el horizonte, que no encuentra respuestas, mira hacia el mar y trata de encontrar en él la paz y la tranquildad que la vida misma no le da, y que está segura que en ese mar "inmenso e infinito" las encontrará. Sentada en un suelo de piedras duro pero seguro espera que el sol le devuelve la energía perdida. La naturaleza le dará todo y más.
Mientras contempla el mar, como cada día. Se sienta entre las piedras de la playa, saca de una bolsa su comida, y al morder la hamburguesa del Bigmac, piensa -me gusta más el Macdoni. Vaya!, ya se me manchó la falta de mostaza!! ;)
Una vez me preguntaste: “a qué sabe el amor sin amor?” Aun no tengo la respuesta, corazón, Pero a qué sabrían las brisas marinas si no tuvieran sal? A qué saben las agridulces especias que condimentaron nuestra historia de amor? Aun recuerdo aquel día en el que dejaste de traerme flores Y me trajiste una alianza Con cuanta ansiedad hicimos las maletas y nos largamos de casa! Cruzamos el Océano, compartimos cuatro continentes y una misma cama, Sin embargo, no recuerdo haber sentido nunca Tanto como hoy, lo que significa la distancia. Como tu Bridget-Penélope-Jones, Meciéndome en las mareas de tus pupilas soñadas Contando lunas, yo guardaré la calma...
Ya hacía dos horas que sentada en la playa miraba tranquilamente las olas. Le gustaba el sonido de las olas al morir en la orilla del mar. De pronto pensó que en cualquier momento una ola mucho mayor podría llegar a la playa, podría arrastrarla al mar y no podría disfrutar jamás de la calma del sonido de las olas al romper en la orilla. Decidió, para protegerse, construir un rompeolas de esa manera se sentiría más segura. Una vez construido, se volvió a sentar en su lugar preferido, pero el sonido del mar había cambiado. Lo que antes era calma, ahora era agresividad, el mar rompiendo contra las rocas. Jamás pudo volver a disfrutar del gran placer de sentarte en la orilla a escuchar las olas morir.
Adaptado de la metáfora de las olas en la playa. Wilson y Luciano (2002)
cuando mi corazon esta roto, ya no me ocupo del cuerpo, ya no me miro al espejo, ya no sufro, ya no temo, y sin embargo....hoy me sente a mirar el mar sobre las rocas calientes y el sol brillaba en mi frente y me estremeci y me maraville. QUIEN AUN PUEDE CONTEMPLAR EL OCEANO, TUMBARSE AL SOL Y SENTIRSE CALIDAMENTE VIVO, ESCUCHAR LAS OLAR Y SENTIRSE TIBIO, AUN TIENE ESPERANZAS DE SER FELIZ PENSE, cuando me levante el sol habia caido, y yo alegremente volvi a casa, algo cambio hoy..ya todo me pesa menos. Mañana volvere a esa playa, habia un hombre guapo que me saco una foto, espero volverle a ver.
Ella estaba tranquila después de haber satisfecho su deseo de hacía mucho tiempo. Esperaba sentada a que llegara la policía y la detuviera. Escuchaba música de U2 y miraba al horizonte en el mar. La brisa le refrescaba la cara entibiada por el sol. Ella era feliz. Por fin había acabado con su desdicha. No pudo soportar más, y en medio de un beso hipócrita y nauseabundo para ella, lo estranguló. Mató a su marido que tan insoportable hacía sus minutos, sus segundos. La había atormentado siempre. Por lo que hacía o no hacía. Por su gordura o su corte de pelo. Por sus amigas y amigos. Por el sabor de lo que cocinaba. Por no ponerse crema de protección contra el sol... No pudo más, y esta vez lo mató. Jamás haría daño ni a una hormiga, pero él había dejado de ser todo, para ser su más infeliz infierno. Después que él le reprochara toda la mañana sobre todo lo que hacía, ella no se puso crema solar. Él fue lo último que le reprochó. Ella le dio un beso de agradecimiento por su preocupación, se giró sobre él contra la arena, lo inmovilizó con el peso de su cuerpo, y con sus manos lo estranguló hasta quitarle su último suspiro. Sintió alivio. Se incorporó, y se sentó sobre él. Tomó su teléfono móvil y llamó a la policía. Ahora era feliz, y sería libre en su próximo calabozo.
Es cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo su propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo, porque lo cubrimos con la persona, la máscara del actor. Pero el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Esa es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro consigo mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita en tanto puede proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante. Si uno está en situación de ver su propia sombra y soportar el saber que la tiene, sólo se ha cumplido una pequeña parte de la tarea: al menos se ha transcendido el inconsciente personal. Pero la sombra es una parte viviente de la personalidad y quiere entonces vivir de alguna forma. No es posible rechazarla ni esquivarla inofensivamente. Este problema es extraordinariamente grave, pues no sólo pone en juego al hombre todo, sino que también le recuerda al mismo tiempo su desamparo y su impotencia. A las naturalezas fuertes - ¿o hay que decir más bien débiles? - no les gusta esta alusión y se fabrican entonces algún más allá del bien y del mal, cortando así el nudo gordiano en lugar de deshacerlo. Pero tarde o temprano la cuenta debe ser saldada. Hay que confesarse que existen problemas que de ningún modo se pueden resolver con los propios medios. Carl Gustav Jung
El horizonte de la vida, se confunde con el mar del deseo, las ilusiones conforman cada uno de los cantos de esta playa ...en un mar silencioso que amaina cada parte de nuestro ser .. Te deseo vientos favorables que hagan arribar tus proyectos fotográficos en propicios puertos.... Luisa Quintero
Cada imagen es un mundo, y cada persona la interpreta a su manera. La intención de este foto-blog es crear una multitud de mini-relatos inspirados en una misma fotografía, enriqueciéndola con nuevos significados, que a su vez sirvan de disparador para nuevas historias. Qué ves?
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María se preguntaba de cuantas maneras se podía mirar el mar. Lo había visto con miedo desde sus ojos de niña, con euforia y confusión, con ternura, nostalgia o amargura, y no recordaba ni un solo día en el que lo hubiera mirado con indiferencia.
ResponderEliminarDeberíamos ser como el mar- pensaba entonces. Quizás así, nunca nadie nos miraría con indiferencia.
Eran las diez de la mañana, hora en que Diana entraba al cole.
ResponderEliminarMira el reloj, suspira, y sigue mirando al horizonte...
Algún día serán las diez de la mañana y Diana estará aquí conmigo, pensaba Penélope.
Hace dos años que no la veo, y siento a través del mar que la brisa me trae su esencia y su recuerdo.
Un día más la llevo conmigo.
Hasta mañana hijita.
Mira y observa un alma que no puede ver el horizonte, que no encuentra respuestas, mira hacia el mar y trata de encontrar en él la paz y la tranquildad que la vida misma no le da, y que está segura que en ese mar "inmenso e infinito" las encontrará.
ResponderEliminarSentada en un suelo de piedras duro pero seguro espera que el sol le devuelve la energía perdida.
La naturaleza le dará todo y más.
Mientras contempla el mar, como cada día. Se sienta entre las piedras de la playa, saca de una bolsa su comida, y al morder la hamburguesa del Bigmac, piensa -me gusta más el Macdoni. Vaya!, ya se me manchó la falta de mostaza!!
ResponderEliminar;)
Una vez me preguntaste: “a qué sabe el amor sin amor?”
ResponderEliminarAun no tengo la respuesta, corazón,
Pero a qué sabrían las brisas marinas si no tuvieran sal?
A qué saben las agridulces especias que condimentaron nuestra historia de amor?
Aun recuerdo aquel día en el que dejaste de traerme flores
Y me trajiste una alianza
Con cuanta ansiedad hicimos las maletas y nos largamos de casa!
Cruzamos el Océano, compartimos cuatro continentes y una misma cama,
Sin embargo, no recuerdo haber sentido nunca
Tanto como hoy, lo que significa la distancia.
Como tu Bridget-Penélope-Jones,
Meciéndome en las mareas de tus pupilas soñadas
Contando lunas, yo guardaré la calma...
De espaldas a ti me encuentro
ResponderEliminarPensando sin sentido
Ahogando lamentos,
inhalando suspiros
Sin llegar a ningún puerto.
Y otra vez aquí te espero,
sentada sobre grises piedras
en la playa del Motel de los Anhelos.
Ya no soy yo, ya no eres tú,
hoy sólo somos dos cuerpos.
Y esos anhelos,
que fueron tan nuestros,
entre distantes gemidos
se disolvieron en el cielo.
Ya hacía dos horas que sentada en la playa miraba tranquilamente las olas.
ResponderEliminarLe gustaba el sonido de las olas al morir en la orilla del mar.
De pronto pensó que en cualquier momento una ola mucho mayor podría llegar a la playa, podría arrastrarla al mar y no podría disfrutar jamás de la calma del sonido de las olas al romper en la orilla.
Decidió, para protegerse, construir un rompeolas de esa manera se sentiría más segura.
Una vez construido, se volvió a sentar en su lugar preferido, pero el sonido del mar había cambiado.
Lo que antes era calma, ahora era agresividad, el mar rompiendo contra las rocas.
Jamás pudo volver a disfrutar del gran placer de sentarte en la orilla a escuchar las olas morir.
Adaptado de la metáfora de las olas en la playa. Wilson y Luciano (2002)
Penélope espera...
ResponderEliminartejiendo muy dentro
su elaborada quimera
de sueños de encuentro.
El tiempo es inútil
entre agujas y luna
en su reloj infantil
que sólo muestra la una.
Sus ojos llenos de ayer
de nuevo parecen brillar
buscando en cada amanecer
que el sol acaricie el mar.
(homenaje a todas las penélopes,
las de Homero, las de Serrat
y las que esperan...)
cuando mi corazon esta roto, ya no me ocupo del cuerpo, ya no me miro al espejo, ya no sufro, ya no temo, y sin embargo....hoy me sente a mirar el mar sobre las rocas calientes y el sol brillaba en mi frente y me estremeci y me maraville.
ResponderEliminarQUIEN AUN PUEDE CONTEMPLAR EL OCEANO, TUMBARSE AL SOL Y SENTIRSE CALIDAMENTE VIVO, ESCUCHAR LAS OLAR Y SENTIRSE TIBIO, AUN TIENE ESPERANZAS DE SER FELIZ PENSE,
cuando me levante el sol habia caido, y yo alegremente volvi a casa, algo cambio hoy..ya todo me pesa menos.
Mañana volvere a esa playa, habia un hombre guapo que me saco una foto, espero volverle a ver.
Ella estaba tranquila después de haber satisfecho su deseo de hacía mucho tiempo. Esperaba sentada a que llegara la policía y la detuviera. Escuchaba música de U2 y miraba al horizonte en el mar. La brisa le refrescaba la cara entibiada por el sol. Ella era feliz. Por fin había acabado con su desdicha. No pudo soportar más, y en medio de un beso hipócrita y nauseabundo para ella, lo estranguló. Mató a su marido que tan insoportable hacía sus minutos, sus segundos. La había atormentado siempre. Por lo que hacía o no hacía. Por su gordura o su corte de pelo. Por sus amigas y amigos. Por el sabor de lo que cocinaba. Por no ponerse crema de protección contra el sol... No pudo más, y esta vez lo mató. Jamás haría daño ni a una hormiga, pero él había dejado de ser todo, para ser su más infeliz infierno. Después que él le reprochara toda la mañana sobre todo lo que hacía, ella no se puso crema solar. Él fue lo último que le reprochó. Ella le dio un beso de agradecimiento por su preocupación, se giró sobre él contra la arena, lo inmovilizó con el peso de su cuerpo, y con sus manos lo estranguló hasta quitarle su último suspiro. Sintió alivio. Se incorporó, y se sentó sobre él. Tomó su teléfono móvil y llamó a la policía. Ahora era feliz, y sería libre en su próximo calabozo.
ResponderEliminarEs cierto que quien mira en el espejo del agua, ve ante todo su propia imagen. El que va hacia sí mismo corre el riesgo de encontrarse consigo mismo. El espejo no favorece, muestra con fidelidad la figura que en él se mira, nos hace ver ese rostro que nunca mostramos al mundo, porque lo cubrimos con la persona, la máscara del actor. Pero el espejo está detrás de la máscara y muestra el verdadero rostro. Esa es la primera prueba de coraje en el camino interior; una prueba que basta para asustar a la mayoría, pues el encuentro consigo mismo es una de las cosas más desagradables y el hombre lo evita en tanto puede proyectar todo lo negativo sobre su mundo circundante. Si uno está en situación de ver su propia sombra y soportar el saber que la tiene, sólo se ha cumplido una pequeña parte de la tarea: al menos se ha transcendido el inconsciente personal. Pero la sombra es una parte viviente de la personalidad y quiere entonces vivir de alguna forma. No es posible rechazarla ni esquivarla inofensivamente. Este problema es extraordinariamente grave, pues no sólo pone en juego al hombre todo, sino que también le recuerda al mismo tiempo su desamparo y su impotencia. A las naturalezas fuertes - ¿o hay que decir más bien débiles? - no les gusta esta alusión y se fabrican entonces algún más allá del bien y del mal, cortando así el nudo gordiano en lugar de deshacerlo. Pero tarde o temprano la cuenta debe ser saldada. Hay que confesarse que existen problemas que de ningún modo se pueden resolver con los propios medios.
ResponderEliminarCarl Gustav Jung
Todo se puede esperar del mar...
ResponderEliminar(fantástica foto)
Cuánto tiempo ha pasado!
ResponderEliminar¿estaré muy cambíada
llegará muy cambiado,
a cuántas más habrá amado?
El horizonte de la vida,
ResponderEliminarse confunde con el mar del deseo,
las ilusiones conforman cada uno de los cantos de esta playa ...en un mar silencioso que amaina cada parte de nuestro ser ..
Te deseo vientos favorables que hagan arribar tus proyectos fotográficos en propicios puertos....
Luisa Quintero